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lunes, 19 de julio de 2010

Lo siento: no me gusta la (palabra) tolerancia

Lo que me pasa es así:

La palabra en cuestión llena las bocas de unos y otros, y a mí, no puedo evitarlo, me chirría. Es esa sensación en las encías, como cuando con el helado me dan una cucharita de madera.

Me pasa cuando la usan para hablar de la presencia de extranjeros, aquí o en otros países.

Y es cierto que el RAE les da la razón a los que la usan:

 2. f. Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

Pero yo, qué quiere que le diga. Yo no estoy de acuerdo. ¿Por qué? La verdad es que no creo que haya nada que tolerar en que alguien tenga la sexualidad que tenga, tenga la nacionalidad que tenga, coma la comida que coma o crea en un determinado tipo de divinidad.

O sea: para mí nadie tiene ningún derecho a tolerar ni a dejar de tolerar ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Porque en el momento en que me arrogo el derecho de tolerar, también puedo cambiar de idea y dejar de tolerar, en el sentido que el diccionario de la RAE expresa. Me da que nadie tiene ese derecho respecto de lo que hagan las personas con sus vidas, sus amores, sus rezos.

Para mí sí es tolerar cuando uno de esos colectivos de creencias me las quieren (im)poner, vociferando ante los micrófonos de TN,  llevando en micros vaticatuneados a adolescentes automatizados y a señoras rosario en mano, que les encajan justo en la marcas que les dejaron las agrarias cacerolas que supieron percutir. Ahí tengo mucho que tolerar oiga, porque, vaya paradoja, ellos no quieren tolerar.

Y encima me encuentro con la siguiente cuestión ¿Puedo llamarlos intolerantes? Mmm. No. Hay una  palabra que califica certeramente a esas actitudes, y es reaccionario.

Tolerancia es uno de esos conceptos-torre, a los cuales uno se sube y, desde ahi arriba, graciosa, majestuosamente, uno tolera a los que están abajo, los que están afuera del castillo de mis tradiciones y valores.

Deja lugar para decir "yo soy una persona tolerante, pero todo tiene su límite ¿no?"

Y al final del paladar, tolerancia me produce una sensación parecida a la que me generaba consenso (como ya contaba aquí). Una de esas palabras seudopositivas que encierran una trampa.

Así que, como máximo, tolero (o no) a quienes quieren imponerme su pensamiento. De lo que comen, rezan, y hacen de su sexualidad mis iguales no tengo absolutamente nada que decir; eventualmente, ponerme de su lado si alguien quiere impedírselo.

Eso me resulta intolerable.


RH

lunes, 12 de julio de 2010

Maravilloso: la ley del matrimonio igualitario es una ley del matrimonio K

Comenzó 678, apareció Mirta Legrán y dice , así nomás, si en una pareja homosexual que adopte no se daría el riesgo de violación. Se me vino el exabrupto castizo -por eso de los años vividos por aquellos barrios- que dice "¡Es de juzgado de guardia!". 

¿Cómo se puede llegar a decir algo así? ¿Cómo se puede? ¿Cómo los que están en esa mesa no se levantan como un solo hombre, como una sola mujer, como un solo género -EL HUMANO - y la dejan sola consigo misma (iba a escribir conciencia, pero no me atreví sin pruebas de que la susodicha -la conciencia-  esté presente en alguna parte de la geografía octogenaria de la suprascripta)?

Antes había visto un análisis de la evolución de la posición de La Nación y Clarín respecto del tema; de como habían ido transformando el tratamiento de la ley hasta llegar a la supuestamente despectiva calificación de ley K.

Bueno, bárbaro, mejor. No podemos dejarlo pasar. ELLOS LO DICEN: la igualdad es K.

Leo por ahí las discusiones, se opone a (lo que dice) Bergoglio (lo que dicen) sacerdotes que están a favor del matrimonio igualitario. ¿Por qué? La(s) iglesia(s) es(son) un club, con sus reglas, quien quiera formar parte de ese club tendrá que respetar sus reglas, o intentar cambiarlas desde dentro. Pero en cualquier caso, es asunto de los que formen parte de ese club, que no tiene absolutamente nada que ver con los derechos de todos, con la sociedad, con el Estado, con la política. Cada minuto, cada segundo que se le dé de interlocución a los integrantes de ese club es tiempo quitado a todos, a la libertad, a la igualdad, a la fraternidad (no pude evitarlo, perdón). No estamos en igualdad de condiciones, porque ellos, por más que sean muchos, son un club, no son la sociedad.

Escucho de fondo el debate, Sandra Russo dice que la iglesia nunca fue tan reaccionaria, Barragán y Barone saltan y dicen que no es verdad, que ahora saltaron porque les metieron el dedo (vaya a saber dónde).

Y yo tampoco estoy de acuerdo. Ante cualquier cosa que significara libertad la iglesia saltó, y los ejemplos actuales de sacerdotes "buenos" o de los nuestros, los que fueron víctimas de la dictadura, no son más que excepciones; apoyarnos en ellos es entrar en un debate que no corresponde: la iglesia es un club y nosotros formamos parte de un Estado DE TODOS. Son individuos a los cuales directamente no corresponde ni preguntarles. Lo que pase dentro de ese club es asunto de las reglas de ese club y de los que lo integren.

Ahora se habla de crispación. Y es normal, los que trabajamos por la igualdad es imposible que no crispemos a los que no la quieren. A la Legrán por ejemplo, que parece que tiene miedo de que un camarero sea K, y -para mí- Sandra -que es quien lo cuenta- vuelve a equivocarse, porque trata de pensar en el prejuicio de la Mirta, casi entendiéndola (perdón Sandra). Dándole lugar a la posibilidad de regeneración de la(s) Mirta(s).

NO. Tengámoslo claro. Los otros -ESOS OTROS- no son nuestros iguales, personas que simplemente piensan otra cosa y ya está. Jugamos dos juegos diferentes. Nosotros defendemos el derecho de que dos personas del género que sea puedan vincular sus vidas y la de hijos, biológicos o no. Es más simple que eso: defendemos que cualquiera tenga la libertad de hacer lo que quiera si no afecta la libertad de un tercero. Defendemos que cualquiera pueda ir a cualquier iglesia aunque nos parezca que es un ejercicio destructivo, un lugar en el cual es posible que se enseñen valores contrarios a la igualdad.

Ellos no. Ellos quieren que las reglas del club imperen en toda la sociedad. Y ahora el máximo dirigente de ese club nos declara la guerra. De momento una guerra sin sangre, pero en realidad no se sabe, la guerra es siempre con sangre, y el máximo dirigente de ese club nos la declaró.

Quizas lo sea, lo es. Pero ésta es una batalla, una más. Vamos a afrontarla. Ayer publiqué una cosa irónica, sobre el uso de K como insulto, como descrédito. Y hoy caí en que la etiqueta de K para desacreditar siempre se usa para cosas que impliquen derechos. Ley de medios K. Ley de matrimonio igualitario K. 

Del matrimonio K.

Bueno, ché, está bueno. Ellos están diciendo que la igualdad es K, la fraternidad, K, la libertad, K. Démosle la razón. 

Pero no pensemos que son valores universales, porque no lo son. No son los suyos, y eso desmiente que sean universales.

Y no pensemos que están equivocados; piensan diferente, y eso sería admisible. Pero en este caso no merecen ni siquiera nuestro respeto, porque ellos quieren que por sus ideas todos nos comportemos como ellos. 

Y además qué tanto, ni siquiera es por (sus) ideas; es sólo porque son ideas pasibles de ser K, y que permitan a los K seguir después del 2011 tratando de revertir el expolio, tratando de imponer la igualdad K, la fraternidad K, la libertad K.

Son nuestros valores. Pongamos todo lo necesario para que sean los de la mayoría, porque son para la mayoría, y para las minorías, son para todos. 

Puede que se pierda la votación en el Senado. Si esto ocurre, no será una catástrofe; será por el contrario un desafío para que en la sociedad cale cada vez más profundamente la idea de que aquí estamos realmente llevando a cabo un cambio profundo, y que estos cambios generan resistencias, y que los otros -ESOS OTROS- usarán cualquier medio a su alcance para impedirlos. Podrán impedirlo mañana; no podrán impedirlo siempre.

Una guerra, dicen.

Perderán.