El Sarmiento de pacotilla no deja de sorprendernos en su descenso a la mediocridad absoluta y al abismo de la traición.
Aclaración necesarísima, imprescindible sobre todo ante el improbable hecho de que este texto sea leído por el Sarmiento de pacotilla o alguno de sus cómplices: traición no se refiere a sus opiniones sobre Malvinas o sobre el Gobierno.
Traición se refiere a su costumbre de ficcionar en un diario extranjero, para lectores extranjeros, más allá de que algunos argentinos -no digo compatriotas suyos porque él (se infiere en sus escritos) no tiene patria- lo lean y suscriban sus medias verdades de Sarmiento de pacotilla.
Lo que preocupa un poco es que al final, entre tanta media verdad, termina subyaciendo una incitación al uso de la violencia, a la creación de una "conciencia" en el extranjero de la necesidad de intervenir violentamente en los asuntos de este pueblo. Por supuesto esto será negado por el Sarmiento de pacotilla, pero siendo que su mensaje es que todo está en manos del "gobierno peronista", al ergo se llega fácil...
À la Sarmiento.
Algunos párrafos de su última ficción, de sus últimas faltas de respeto, de sus últimas bajezas, de sus últimas confusiones entre deseo y realidad.
Algunos párrafos de su última ficción, de sus últimas faltas de respeto, de sus últimas bajezas, de sus últimas confusiones entre deseo y realidad.
Y es una sorpresa: hacía tiempo que en la Argentina no pasaba nada en contra de la voluntad del gobierno.
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En cualquier caso, el discurso nacionalista del gobierno quedó maltrecho tras su apoyo a las mineras canadienses y por eso –pero no sólo por eso– nos tocan unos días malvinistas.
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Pero, más allá de legitimidades debiluchas y otras chicanas leguleyas, lo que hace que el reclamo argentino sobre las Malvinas me parezca insostenible es que lo repite un país que tiene, al mismo tiempo, tanto territorio nacional abandonado: a grupos económicos tan extranjeros como los que ocupan las Malvinas o a la miseria de sus ¿ciudadanos? El conurbano bonaerense es argentino –y mientras siga habiendo desnutrición en sus familias cualquier dinero gastado en “recuperar” las islas es grosero, cualquier discurso patriótico es obsceno. Y toda la cordillera explotada por mineras multinacionales que dejan chirolas a cambio de los metales que se llevan son la prueba de que el nacionalismo de los gobiernos argentinos –y de este gobierno argentino– es otro homenaje al carnaval.
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Malvineamos, estos últimos días, y eso hizo que se hablara menos de Famatina, de la entrega de recursos naturales por monedas, y de cómo sus promotores oficiales tuvieron que morder el freno. Decíamos: hacía mucho que en la Argentina no pasaba nada en contra de la voluntad del gobierno peronista. Las –muy menguadas– oposiciones juegan, en general, un papel defensivo: intentan responder a los temas que la presidenta pone en las primeras planas. Este gobierno peronista es, sobre todo, el dueño de las palabras: el que decide de qué se habla en la Argentina. Y no porque sea una dictadura, como gritan algunas vírgenes cansadas; lo consigue porque es la base de su política, porque inventa todo el tiempo cosas que contar, porque no tiene pudor en gastar millones del dinero público para difundirlas.
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Voy a decir una obviedad: si algo sabe este gobierno peronista es definir la agenda, o sea: son capaces de imponer los temas de los que los demás vamos a hablar. Voy a decir otra: si algo no saben o no hacen sus diversos opositores es definir la agenda, o sea: no son capaces de imponer los temas de los que los demás vamos a hablar. Y voy a decir una tercera: el que define la agenda tiene una ventaja decisiva en la pelea política.
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El tema Famatina llegó a la atención pública sin que los gobiernos provincial o nacional quisieran: habrían preferido, al respecto, la salud de los silencios. Eso lo hace particularmente interesante: porque muestra otra vez la fuerza que adquieren ciertos movimientos cuando pueden imponer un tema propio. Este era, todavía, defensivo: la reacción contra una medida del gobierno que muchos percibieron como dañina. Si esos movimientos –y los grupos de intelectuales que ahora se reúnen para discutir lo que hace el gobierno– pudieran elaborar sus propios temas y lanzarlos, mucho cambiaría en el panorama político argentino.
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En cualquier caso, el discurso nacionalista del gobierno quedó maltrecho tras su apoyo a las mineras canadienses y por eso –pero no sólo por eso– nos tocan unos días malvinistas.
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Pero, más allá de legitimidades debiluchas y otras chicanas leguleyas, lo que hace que el reclamo argentino sobre las Malvinas me parezca insostenible es que lo repite un país que tiene, al mismo tiempo, tanto territorio nacional abandonado: a grupos económicos tan extranjeros como los que ocupan las Malvinas o a la miseria de sus ¿ciudadanos? El conurbano bonaerense es argentino –y mientras siga habiendo desnutrición en sus familias cualquier dinero gastado en “recuperar” las islas es grosero, cualquier discurso patriótico es obsceno. Y toda la cordillera explotada por mineras multinacionales que dejan chirolas a cambio de los metales que se llevan son la prueba de que el nacionalismo de los gobiernos argentinos –y de este gobierno argentino– es otro homenaje al carnaval.
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Malvineamos, estos últimos días, y eso hizo que se hablara menos de Famatina, de la entrega de recursos naturales por monedas, y de cómo sus promotores oficiales tuvieron que morder el freno. Decíamos: hacía mucho que en la Argentina no pasaba nada en contra de la voluntad del gobierno peronista. Las –muy menguadas– oposiciones juegan, en general, un papel defensivo: intentan responder a los temas que la presidenta pone en las primeras planas. Este gobierno peronista es, sobre todo, el dueño de las palabras: el que decide de qué se habla en la Argentina. Y no porque sea una dictadura, como gritan algunas vírgenes cansadas; lo consigue porque es la base de su política, porque inventa todo el tiempo cosas que contar, porque no tiene pudor en gastar millones del dinero público para difundirlas.
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Voy a decir una obviedad: si algo sabe este gobierno peronista es definir la agenda, o sea: son capaces de imponer los temas de los que los demás vamos a hablar. Voy a decir otra: si algo no saben o no hacen sus diversos opositores es definir la agenda, o sea: no son capaces de imponer los temas de los que los demás vamos a hablar. Y voy a decir una tercera: el que define la agenda tiene una ventaja decisiva en la pelea política.
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El tema Famatina llegó a la atención pública sin que los gobiernos provincial o nacional quisieran: habrían preferido, al respecto, la salud de los silencios. Eso lo hace particularmente interesante: porque muestra otra vez la fuerza que adquieren ciertos movimientos cuando pueden imponer un tema propio. Este era, todavía, defensivo: la reacción contra una medida del gobierno que muchos percibieron como dañina. Si esos movimientos –y los grupos de intelectuales que ahora se reúnen para discutir lo que hace el gobierno– pudieran elaborar sus propios temas y lanzarlos, mucho cambiaría en el panorama político argentino.
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Se acabaría, para empezar, la ficción de que puede haber una oposición, la Oposición. Si su función deja de ser defensiva –ay no hagan esto, ay cómo hacen lo otro–, si empiezan a proponer temas, sus diferencias se harán más y más claras. Pero, sobre todo: el gobierno, en lugar de decir de qué se habla, tendría que empezar a contestar. Por primera vez en muchos años.
Se acabaría, para empezar, la ficción de que puede haber una oposición, la Oposición. Si su función deja de ser defensiva –ay no hagan esto, ay cómo hacen lo otro–, si empiezan a proponer temas, sus diferencias se harán más y más claras. Pero, sobre todo: el gobierno, en lugar de decir de qué se habla, tendría que empezar a contestar. Por primera vez en muchos años.
O sea, el Sarmiento de pacotilla desde sus media verdades incita a la resitencia, da letra... y todo esto desde un grupo multimediático a la vez enorme y en quiebra, en manos de un fondo de inversión norteamericano (Liberty).
Cuidado con los Sarmientos de pacotilla.
Cuidado con los Sarmientos de pacotilla.
RH
Vaya personaje: sólo le falta decir " es acción santa matar a Cristina" y acto seguido pedir una intervención "libertadora" de la OTAN.
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