La cosa es que fui nomás a ver a Martirio, una intérprete extraordinaria oiga, de esas que realmente interpretan (ay, cuánto echo de menos la cursiva en fsb...). Fíjese que hizo una versión de Llorona que fue prácticamente en 3D, que no sé si se entiende señor o señora según. Uno, en palabras martirias, vio todo lo descrito y sintió todo lo sentido en esa canción. Recordé-una vez más en estos mártires días- que a mí Martirio me había chocado un poco cuando al pasar yo la oí, fines de los 80 en Madrí, con su estética kitsch y el flamenco pop o similar que a mi malentender ella practicaba. Después fui cayendo en que lo mío fue puro prejuicio y me fui entregando, de lejos sí, pero seguro a esa estética, a pesar de no, cómo decirlo, consumirla (esa cursiva que falta, aaayyy). Y ahora, casi que me pondría una de esas peinetas, inaugurando un género más en estas diversidades, varón hetero que usa peinetas hechas con otras cosas que normalmente no se usan para hacer peinetas.
Y así me pasa con muchas cosas, que las pienso, me recuerdo y pienso pero qué tipo (insultos variados, escoja el o los que quiera).
Pero a la vez me alegro de haberle ganado a ese prejuicio, a cada uno de ellos; de ahora ser, por lo menos en ese sentido, mejor.
Lo que quiero decir es que caí en que, desde que uno nace, y quién sabe si desde la concepción, uno es un pack, un combinado de prejuicios, y desde ese momento, uno, si tiene suerte como yo la tengo, intenta ir reconociéndolos como tales, afrontarlos, enfrentarlos y derrotarlos, por dentro y por fuera, e incluso, con un poco de suerte, des-existirlos, que apenas quede el rastro de una mancha. Aunque no conviene del todo, está bueno tenerlo ahí para poder reconocer los otros prejuicios que van a ir manifestándose cada vez que puedan. y ahí otra vez, y reconocerlos, enfrentarlos, etc etc.
Una gran noria de des-prejuzgar desde el sano juicio (me siguen faltando las cursivas).
Rizando el rizo, bucleando vamos, pensé que yo había leído y creído y creo aún que la cultura es un sistema de categorías y planes, pero noto esta noche que quizás la verdad sea que eso, lo de las categorías y los planes, no sea más que un eufemismo para enmascarar la verdad de las verdades, que la cultura más bien es un enorme compilado de prejuicios mire lo que le digo. Pero eso por supuesto lo han escrito en mejores palabras los antropólogos culturales y los sociólogos que acá seguro que son varios.
Y puede que la lucha sea vana, como nos cuenta don Julio que en este texto nos describe a la perfección lo que yo dificultosamente apenas balbuceé.
LUCAS, SUS LUCHAS CON LA HIDRA
Ahora que se va poniendo viejo se da cuenta de que no es fácil matarla.
Ser una hidra es fácil pero matarla no, porque si bien hay que matar a la hidra cortándole sus numerosas cabezas (de siete a nueve según los autores o bestiarios consultables), es preciso dejarle por lo menos una, puesto que la hidra es el mismo Lucas y lo que él quisiera es salir de la hidra pero quedarse en Lucas, pasar de lo poli a lo unicéfalo. Ahí te quiero ver, dice Lucas envidiándolo a Heracles que nunca tuvo tales problemas con la hidra y que después de entrarle a mandoble limpio la dejó como una vistosa fuente de la que brotaban siete o nueve juegos de sangre. Una cosa es matar a la hidra y otra ser esa hidra que alguna vez fue solamente Lucas y quisiera volver a serlo.
Por ejemplo, le das un tajo en la cabeza que colecciona discos, y le das otro en la que invariablemente pone la pipa del lado izquierdo del escritorio y el vaso con los lápices de fieltro a la derecha y un poco atrás. Se trata ahora de apreciar los resultados.
Hm, algo se ha conseguido, dos cabezas menos ponen un tanto en crisis a las restantes, que agitadamente piensan y piensan frente al luctuoso fato. O sea: por un rato al menos deja de ser obsesiva esa necesidad urgente de completar la serie de los madrigales de Gesualdo, príncipe de Venosa (a Lucas le faltan dos discos de la serie, parece que están agotados y que no se reeditarán, y eso le estropea la presencia de los otros discos. Muera de limpio tajo la cabeza que así piensa y desea y carcome). Además es inquietantemente novedoso que al ir a tomar la pipa se descubra que no está en su sitio. Aprovechemos esta voluntad de desorden y tajo ahí nomás a esa cabeza amiga del encierro, del sillón de lectura al lado de la lámpara, del scotch a las seis y media con dos cubitos y poca soda, de los libros y revistas apilados por orden de prioridad.
Pero es muy difícil matar a la hidra y volver a Lucas, él lo siente ya en mitad de la cruenta batalla. Para empezar la está describiendo en una hoja de papel que sacó del segundo cajón de la derecha del escritorio, cuando en realidad hay papel a la vista y por todos lados, pero no señor, el ritual es ése y no hablemos de la lámpara extensible italiana cuatro posiciones cien vatios colocada cual grúa sobre obra en construcción y delicadísimamente equilibrada para que el haz de luz etcétera. Tajo fulgurante a esa cabeza escriba egipcio sentado. Una menos, uf. Lucas está acercándose a sí mismo, la cosa empieza a pintar bien.
Nunca llegará a saber cuántas cabezas le falta cortar porque suena el teléfono y es Claudine que habla de ir co-rrien-do al cine donde pasan una de Woody Allen. Por lo visto Lucas no ha cortado las cabezas en el orden ontológico que correspondía puesto que su primera reacción es no, de ninguna manera, Claudine hierve como un cangrejito del otro lado, Woody Allen Woody Allen, y Lucas nena, no me apurés si me querés sacar bueno, vos te pensás que yo puedo bajarme de esta pugna chorreante de plasma y factor Rhesus solamente porque a vos te da el Woody Woody, comprendé que hay valores y valores. Cuando del otro lado dejan caer el Annapurna en forma de receptor en la horquilla, Lucas comprende que le hubiera convenido matar primero la cabeza que ordena, acata y jerarquiza el tiempo, tal vez así todo se hubiera aflojado de golpe y entonces pipa Claudine lápices de fieltro Gesualdo en secuencias diferentes, y Woody Allen, claro. Ya es tarde, ya no Claudine, ya ni siquiera palabras para seguir contando la batalla puesto que no hay batalla, qué cabeza cortar si siempre quedará otra más autoritaria, es hora de contestar la correspondencia atrasada, dentro de diez minutos el scotch con sus hielitos y su sodita, es tan claro que le han vuelto a crecer, que no le sirvió de nada cortarlas. En el espejo del baño Lucas ve la hidra completa con sus bocas de brillantes sonrisas, todos los dientes afuera. Siete cabezas, una por cada década; para peor, la sospecha de que todavía pueden crecerle dos para conformar a ciertas autoridades en materia hídrica, eso siempre que haya salud.
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