Mi familia política posee desde hace ahora cuarenta años una quinta a unos 40 kms de Capital. Una de esas cosas que podía permitirse la clase media en ese entonces, comprar un terreno en un loteo, ir de a poco haciendo la casita, poniendo pasto, al final la pileta. Ahora, 40 años después, mi nieta Vera es la primera bisnieta de los aún propietarios de la quinta, y encabeza orgullosamente la tercera generación en aprender a nadar en esa pileta. Le quedan unos añitos de exclusividad en ese liderazgo al revés de ser la última en; hace 40 días llegó a esta santa tierra (por la paciencia de la que debemos hacer gala algunos de sus habitantes) su hermano Gino y se espera que en dos años dispute en ventaja ese liderazgo al revés de su hermana; aunque como diría la tía de alguien muy cercano, eso es harina de otro costado.
Y cuál es ese costado.
A cosas a las que uno asiste cuando cotideanéa unos días por ahí.
Para hacer las compras, es menester desplazarse “al pueblo”, “al centro”… diversas denominaciones. Se trata de una especie de calle principal, a unas veinte cuadras de donde está la quinta. Y uno, que ya lleva unos cuantos años en esto de ser familia política, lleva esos mismos años yendo ahí a comprar la carne para el asado –lo más-, verduras –siempre alguno quiere ensalada-, bebidas, pan. Cosas que se rompen. Artículos de limpieza.
Y uno, esos años, yendo siempre a las mismas cuadras de ese núcleo urbano, tiene un caso testigo, lejos del mundanal ruido en sentido literal de Caballito.
Deberían organizarse excursiones desde la irrealidad de Caballito y adyascencias, a la realidad de lugares como el que describo.
Un caso testigo de cuánto, cuánto cambió y está cambiando este país. Ese cambio que en Caballito –Acoyte y Rivadavia- sólo perciben como “imposibilidad de comprar dólares para atesorar”, eufemismo que enmascara ese pánico vital al que los habitantes de ese núcleo a 40 kms nunca tuvo derecho.
Una panadería, la primera entrando “al centro” acaba de reformarse por completo. Tan brutal y completa fue la reforma, tan veloz, que el día que ocurrió tuve que tirar –con una sonrisa, entendiendo- la mitad del pan comprado a la basura por el gusto a aguarrás, silicona y demás productos utilizados en la mejora por los jóvenes y optimistas propietarios.
Al mismo tiempo, un par de cuadras más abajo inauguró su nuevo y gran local lo que antes era una pequeña quesería y fiambrería “de los suburbios del suburbio”, que se desplazó “al centro”; entre varios que ya estaban que han pintado, arreglado, llenado sus locales de mercadería.
Las carnicerías, repletas.
A la derecha y a la izquierda de “la principal”, en el barrio, muchas, muchísimas casa en obras, agregando un piso, pintando fachadas. En algunas de ellas, improvisados comercios de ropa, nada de “vintage”, ropa nueva, de moda. Puestos de bijouterie. De regalos.
Todo, como la primavera, floreciendo.
De la irrealidad del quejoso Caballito (Caballito como metáfora, ¿eh?, no se me ofendan) a esta realidad del país de verdad, o de la otra verdad. De la otra vereda, esa que debemos hacer que crucen unos cuantos.
Atraviesa “el pueblo” un infame canal/basural: sé por “otro lado” que su entubamiento está a la vuelta de la esquina, tanto que este “otro lado” trabajará en ello durante dos años por lo que deberá mudarse allí.
Ahí pago por un pan buenísimo, buenísimo de verdad, 6 pesos el kilo. Y puedo hacer asado con lomo, porque cuesta menos que las tiras de asado a la vuelta de mi casa caballitera.
No voy a hacer hagiografía; no es tierra de santos este suburbio.
Simplemente, hay trabajo, las fábricas de la zona están a full, trabajando los tres turnos.
Y hay AUH. Que no es una limosna, que es simplemente igualar por lo menos en ese sentido a los trabajadores en negro con los trabajadores regularizados.
A quien diga “plan descansar”, habría de verdad que sentarlo en un micro y llevarlo de excursión por estas tantas “Puntas del Oeste” que fueron destrozadas durante 30 años de neoliberalismo. Que vean el trabajo que da restañar los dolores que han causado sus dólares.
Y que al mismo tiempo vean como, con trabajo, con derechos, los habitantes de ese país real, vuelven a tener futuro, y el país con ellos. Y hasta esos que llevaríamos de excursión, también, aunque no lo sepan, tienen futuro, porque el destino de los que habitamos esta tierra, a ras de suelo, está vinculado. Deberían haberlo aprendido en el 2001, no les quedó, tendrán que repasar la lección, tendremos que ejercer de maestros pacientes y bondadosos. No queda más remedio.
Cierto es que algunos nunca aprenderán. Habrá que seguir intentándolo.
Pero endemientras… a disfrutar de tantos desnaufragios, a los que aquí y acullá, vamos asistiendo.
RH
Y cuál es ese costado.
A cosas a las que uno asiste cuando cotideanéa unos días por ahí.
Para hacer las compras, es menester desplazarse “al pueblo”, “al centro”… diversas denominaciones. Se trata de una especie de calle principal, a unas veinte cuadras de donde está la quinta. Y uno, que ya lleva unos cuantos años en esto de ser familia política, lleva esos mismos años yendo ahí a comprar la carne para el asado –lo más-, verduras –siempre alguno quiere ensalada-, bebidas, pan. Cosas que se rompen. Artículos de limpieza.
Y uno, esos años, yendo siempre a las mismas cuadras de ese núcleo urbano, tiene un caso testigo, lejos del mundanal ruido en sentido literal de Caballito.
Deberían organizarse excursiones desde la irrealidad de Caballito y adyascencias, a la realidad de lugares como el que describo.
Un caso testigo de cuánto, cuánto cambió y está cambiando este país. Ese cambio que en Caballito –Acoyte y Rivadavia- sólo perciben como “imposibilidad de comprar dólares para atesorar”, eufemismo que enmascara ese pánico vital al que los habitantes de ese núcleo a 40 kms nunca tuvo derecho.
Una panadería, la primera entrando “al centro” acaba de reformarse por completo. Tan brutal y completa fue la reforma, tan veloz, que el día que ocurrió tuve que tirar –con una sonrisa, entendiendo- la mitad del pan comprado a la basura por el gusto a aguarrás, silicona y demás productos utilizados en la mejora por los jóvenes y optimistas propietarios.
Al mismo tiempo, un par de cuadras más abajo inauguró su nuevo y gran local lo que antes era una pequeña quesería y fiambrería “de los suburbios del suburbio”, que se desplazó “al centro”; entre varios que ya estaban que han pintado, arreglado, llenado sus locales de mercadería.
Las carnicerías, repletas.
A la derecha y a la izquierda de “la principal”, en el barrio, muchas, muchísimas casa en obras, agregando un piso, pintando fachadas. En algunas de ellas, improvisados comercios de ropa, nada de “vintage”, ropa nueva, de moda. Puestos de bijouterie. De regalos.
Todo, como la primavera, floreciendo.
De la irrealidad del quejoso Caballito (Caballito como metáfora, ¿eh?, no se me ofendan) a esta realidad del país de verdad, o de la otra verdad. De la otra vereda, esa que debemos hacer que crucen unos cuantos.
Atraviesa “el pueblo” un infame canal/basural: sé por “otro lado” que su entubamiento está a la vuelta de la esquina, tanto que este “otro lado” trabajará en ello durante dos años por lo que deberá mudarse allí.
Ahí pago por un pan buenísimo, buenísimo de verdad, 6 pesos el kilo. Y puedo hacer asado con lomo, porque cuesta menos que las tiras de asado a la vuelta de mi casa caballitera.
No voy a hacer hagiografía; no es tierra de santos este suburbio.
Simplemente, hay trabajo, las fábricas de la zona están a full, trabajando los tres turnos.
Y hay AUH. Que no es una limosna, que es simplemente igualar por lo menos en ese sentido a los trabajadores en negro con los trabajadores regularizados.
A quien diga “plan descansar”, habría de verdad que sentarlo en un micro y llevarlo de excursión por estas tantas “Puntas del Oeste” que fueron destrozadas durante 30 años de neoliberalismo. Que vean el trabajo que da restañar los dolores que han causado sus dólares.
Y que al mismo tiempo vean como, con trabajo, con derechos, los habitantes de ese país real, vuelven a tener futuro, y el país con ellos. Y hasta esos que llevaríamos de excursión, también, aunque no lo sepan, tienen futuro, porque el destino de los que habitamos esta tierra, a ras de suelo, está vinculado. Deberían haberlo aprendido en el 2001, no les quedó, tendrán que repasar la lección, tendremos que ejercer de maestros pacientes y bondadosos. No queda más remedio.
Cierto es que algunos nunca aprenderán. Habrá que seguir intentándolo.
Pero endemientras… a disfrutar de tantos desnaufragios, a los que aquí y acullá, vamos asistiendo.
RH
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